No somos conscientes de lo que tenemos hasta que lo perdemos, o eso dicen. Yo no he perdido a alguien, he perdido algo. Algo que nadie nunca había conseguido quitarme; la sonrisa.
¿Cómo se pierde una sonrisa? Queriendo. Quieriendo a alguien tanto que duele solo pensarlo.
Este último mes ha sido el más bonito que recuerdo, cada beso, cada caricia, han sido perfectos. Pero la chispa que un día se encendió se está apagando. Poco a poco. En silencio. Sin avisar.
Y quisiera una magia que se encendiera por la mañana y no se apagase por la noche.
Pero no, no existe. Y no existe porque no nos preocupamos por ella. No creemos en ella.
Mantener una relación requiere esfuerzos y ganas. Pero es cosa de dos. Uno no puede tirar del carro solo, porque pesa demasiado, porque se ahoga en sus propias lágrimas.
Levantarte cada mañana esperando que se acuerde de ti, que te mande cosas bonitas y que se muera por verte, por abrazarte y por besarte.
Me gustaría poder contaros con más exactitud que es lo que pasa, pero no puedo. Sólo puedo decir que lucharé hasta que no me queden lágrimas, porque le quiero, porque me hace sentir única y no podemos dejar que pequeños detalles nos roben nuestro cuento.
Él se dará cuenta de que los dos nos tenemos que esforzar y que necesita tener detalles para mantener viva la ilusión, y yo recuperaré mi sonrisa para ofrecérsela a él.
¿Y porque a él? Porque como a todos, me gusta romper el papel por la línea de puntos, chupar el cola-cao que se queda pegado a la cuchara, me gusta explotar burbujas y que suene como
una tormenta, coger la nata con el dedo, la espuma del café y el olor a gasolina, la gente que se besa por la calle, me gusta dar los buenos días hasta por la noche, los sombreros, abrir un libro y encontrar una entrada de cine antigua, y me gustan las cosas que se repiten, pero sobre todo; me gusta él.
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