27 de julio de 2011

La Cenicienta

Para los que digan que no existen los cuentos de hadas, o que la realidad nunca supera a la ficción, que sepan, que están equivocados. Puede que sólo ocurra en contadas ocasiones, pero la vida a veces te sorprende de una manera inimaginable.



Mi cuento de hadas personal ocurrió hace dos semanas en uno de mis viajes a San Sebastián. Tengo que admitir que siempre que voy allí me ocurren cosas dignas de recordar. Debe de ser que el hecho de que nadie nos conozca nos hace actuar de manera más relajada y vivir grandes experiencias. Bueno, a lo que iba, acabamos en una de las discotecas mas fashion de la ciudad, a la que por cierto entramos injustamente gratis. Y, por qué no decirlo, teníamos el radar puesto buscando chicos monos e interesantes con los que entablar una conversación y lo que surja. Era una noche estupenda, estábamos fuera de casa, y nuestro plan inicial era encontrar un par de chicos para las dos.


Cuál fue mi sorpresa cuando me encontré por casualidad con un chico de mi antiguo colegio con el que nunca había cruzado más de dos palabras. Se notaba que había bebido algo porque siempre fue bastante tímido y, sin embargo, hablaba tranquilamente; aunque no llegaba a estar borracho porque andaba perfectamente y no se trababa al hablar.


Pues el caso es que nos lo encontramos varias veces por allí y se le veía muy decidido a hablarme, cosa extraña lo mires por donde lo mires. Yo en el colegio siempre fui la empollona con pocos amigos, no marginada pero tampoco popular, del montón. Y él siempre fue un Dios. Cuerpo de infarto, atlético, deportista, atractivo, y encima no se lo tenía muy creído, sino que era bastante tímido. Todas las chicas, repito TODAS suspiraban por ser sus amigas y tener la posibilidad de llegar a algo más. Yo nunca lo pensé porque simplemente era algo que, en mi estatus social, ni te llegabas a plantear. No aspirabas a tanto porque simplemente era inalcanzable, no podía ocurrir.


Sin embargo, gracias a Dios, parece que al haber terminado el colegio y madurado, las cosas cambian. No es por ser egocéntrica ni creída, pero yo me arreglé mucho para esa noche (vestidito, taconazos, etc) y no parecía ni yo, y por supuesto, nada que ver con la del colegio. Se puede decir que estaba radiante.


Empezamos a hablar de nuestras respectivas vidas, estudios y demás, nos empezamos a calentar y, en efecto, nos acabamos liando. Él siempre tuvo una novia espectacular, pero por lo visto ya lo habían dejado. Y yo, por supuesto estaba libre. Tengo que decir que fue uno de los líos más satisfactorios de mi vida.


Esto ha sido algo importante, y no sólo por el lío en sí, sino por la demostración de que las clases sociales, la popularidad y el número de amigos no son lo más importante. Hubo unas palabras suyas que me marcaron. Me dijo: "¿Sabes qué pasa? Que la gente en nuestra ciudad habla mucho". Es triste, pero cierto. Si hubiéramos estado en nuestra ciudad y cada uno con su grupo habitual de amigos, jamás hubiera ocurrido nada. Sin embargo, allí ocurrió porque él era libre y podía hacer lo que quisiera, y decidió estar conmigo. Es gratificante saber que en esta sociedad no nos comportamos como idiotas individualmente, sino cuando estamos en grupo y quizás queremos aparentar algo que no somos.


Acabó nuestro fin de semana de playa y fiesta, y él también terminó el torneo que había ido a hacer allí. Volvimos a casa y no trascendió lo de nuestro encuentro. Supongo que él no lo contará por miedo al qué dirán, y yo sólo se lo he contado a mi grupo de amigos; no es mi estilo ponerme medallitas y presumir de ello. Nunca se sabrá, pero siempre me imaginaré la cara que habría puesto la gente al saberlo.


Y así fue como el príncipe eligió a Cenicienta por una noche, aunque en esta ocasión sin tener que volver a casa al sonar las doce campanadas.

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