12 de mayo de 2011

El arroyo, mi vida

Estaba sentada en el sofá de mi casa, soñolienta, adormilada. Veía la tele sin ningún entusiasmo; lo cierto es que me aburría. Sin darme cuenta, me quedé dormida. Soñé que era un arroyo. Un río que discurría por las montañas y fluía por las laderas, jugando con las piedras que encontraba a su paso. ¿Dónde llegaría?
Mis hermanos eran la lluvia, el lago y la laguna. Ésta, de agua cristalina, calmaba la sed de los pajarillos cantores que, a su alrededor, entonaban preciosas canciones indescifrables para el oído humano. El lago, de tez verdosa, era hogar de pececillos y renacuajos. Y, por último, Su Majestad la lluvia. Va por donde quiere y viaja por el mundo en busca de un lugar donde descargar toda su furia. Ella tiene la libertad de no tener el camino marcado como yo lo tengo. ¿Cómo será mi futuro?
Se que mi destino es el mar; un sueño inalcanzable para muchos lleva años escrito en el libro de mi vida. Pasé mi infancia en lo alto de una montaña, formando cascadas con espuma de plata. Ahora estoy en la flor de mi vida, mi curso llega a su fin. Voy formando meandros, como si el agua bailara al ritmo del viento, esperando a que llegue lo inevitable. El mar me atrapará, me tragará. Desapareceré por sus entrañas y me perderé en el olvido del mundo. Me adentraré en la fría espesura del océano y formaré parte de él. Seré azul cielo, inmenso, exótico y juguetón a veces; otras colérico y vengador. Será una sensación indescriptible cuando los delfines juguetones salten en mi superficie como queriendo atrapar el sol. Disfrutaré mi eterna vida junto a la tierra. En definitiva, seré el amo y señor de todo.
Desperté de mi maravilloso sueño cuando estas palabras todavía resonaban en mi cabeza. Me di cuenta de que la tele se había estropeado. Me levanté algo mareada y le di unos suaves golpecitos pero se apagó del todo.
Mi vida también se apagó desde aquel momento que dejé de sentirme como el mar, amo y señor de todo; sino como un arroyo: pobre e insignificante.

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