25 de agosto de 2011

Welcome to my life.


Una introducción. Lágrimas. Se arrastran desde mis ojos hasta mi barbilla. Son como pequeños diamantes afilados que arañan mi piel. Pronto dejarán de serlo. Y os preguntareis por qué. Por qué lloro. Nadie llora sin motivos. Os confesaré algo; yo sí. A veces lloro. Sin más. Porque sí. Porque lo necesito o simplemente porque me da la gana. ¿Qué importa? Lo importante es saber llorar cuando nadie te ve. Sola. Con una almohada o en situaciones extremas un cojín o incluso un oso de peluche. Que más da. El caso es llorar. Derramar una parte de nuestra alma con la mirada. Sí, eso hacemos. Pero tengo otro secreto. ¿Otro? Y otros miles. Se reír. De hecho, se reír hasta que me duelen las mejillas. Se reír hasta cuando algo no me hace gracia. Claro que el problema es que a veces, la risa fingida cuesta. Pero, tranquilos, ese no es mi estilo. Soy más de reírme con motivos (al contrario que cuando lloro). También me gusta sonreír. O reír sin carcajada, sin ruido, como prefieras. Bueno, no me gusta especialmente, pero a él si le gusta, y con eso me basta. ¿Él? Eso ya es otra historia que más adelante retomaré. No hay prisa. Es más, la prisa me pone nerviosa y de mal humor y, créeme, no me quieres de mal humor. Ni de lejos, ni aunque tu vida dependiera de ello me querrías ver enfadada. Pero hay alguien que lo ha conseguido. Como ya habrás adivinado, eso también es otra historia. Te puedo asegurar que nadie volvió a ser el mismo después de que yo me enfadara. No fue un enfado adolescente que se pasa en dos minutos o menos. No fue una pataleta de niño que no consigue lo que quiere ni un disgusto de unos padres decepcionados con el comportamiento de un hijo. No. Decididamente, no. Aquel fue un enfado de verdad que cambiaría mucho las cosas. De todas formas… ¡Qué estoy haciendo! No me dejéis que os desvele más cosas de la historia. Obligadme a presentarme, a decir quien soy, de donde vengo y a donde voy. Obligadme porque de lo contrario, nunca más sabréis nada más de mí. Y puedo resultar hasta interesante. Bueno, solo a veces.

Yo. Soy morena, de estatura media, ojos azules y estoy dando mis últimas pinceladas como adolescente revolucionada. ¡Qué típico! Eso lo ve todo el mundo, y no sería lógico seguir ese camino cuando lo que realmente deseáis saber es como soy por dentro. Lo que me mueve. Esos pequeños detalles que a la gente se le escapan. Posiblemente haya alguien que los haya notado, pero no estoy segura.
A veces, nos dicen; descríbete con una sola palabra. Y que complicado es, ¿verdad? Lo es, no te lo voy a discutir. Incluso te puedo decir que soy incapaz de encontrar dicha palabra. Seguiré buscando. Mientras tanto te digo que soy cabezota. A más no poder. Trae problemas y suele venir acompañado de orgullo, pero hay cosas que no tienen remedio. Me gusta escuchar más que ser escuchada. Supongo que es porque nunca me ha gustado contar mis problemas por alguna razón que aún desconozco. Pero, modestia aparte, se me da bien eso de escuchar. Sí. Hasta me gusta. Escuchar y opinar. Sentir que ayudo en algo. También puedo ser simpática. Pero no me pidas que lo sea si tú no lo eres conmigo. Eso sí que no. El desprecio y las malas formas me pueden llegar a enfadar más incluso que la prisa, así que ándate con ojo si me vas a despreciar; no te conviene. Pensándolo bien, no lo hagas.
Supongo que debería de decir que soy estudiante de medicina. Sí, lo sé. Yo tampoco se en lo que estaba pensando al decidirlo. Pero viene de lejos. Y las vocaciones están para algo. Me roba tiempo y me regala disgustos, gratis, porque sí. Pero me gusta. Mucho. Muchísimo. Así que seguiré con ello. Cueste lo que cueste que se suele decir. Y a eso voy. A intentar ser un médico y no solo de los que receta ibuprofenos. La traumatología me fascina, como tantas otras cosas. Pero no voy a entrar en tecnicismos. No hace falta.

Ellas. Todo. Siempre. No sería lo mismo sin mis amigas. Hay buenos momentos y malos, hay risas y enfados. Pero al final, siempre ellas. A veces cuesta que todo el mundo esté contento. Se dan circunstancias que cambian el curso de las cosas, pero he de decir que no hay problema lo suficientemente grande como para separarnos. Hay etapas y a veces amigos de siempre se distancian. Créeme cuando te digo que a pesar de todo, no se olvidan. También llegan amistades nuevas. Les coges cariño en poco tiempo, y te transmiten la confianza necesaria para sentirte segura. Y luego está la amiga de siempre. La que está para tanto para abrazarte como para salir de fiesta. A la que se lo cuentas todo sin dudarlo un segundo siquiera. Te ayuda y acabas creyendo que 15 años se quedan cortos para todo lo que queda por vivir.

Él. Esto es más largo. O más corto. Lo puedo resumir en que se ha convertido en todo. Pero os regalaré alguna cosa más. Me siento generosa. Hay millones de formas de empezar una historia. Nuestra primera página empezó con una canción. Una canción que lo cambió todo. A la canción le siguió el comienzo de una amistad que duraría casi tres meses. Un amigo, un tesoro. Pero que inconformistas somos los humanos. Siempre queremos más. Y a mí, no me bastó con el tesoro. Fue entonces cuando me di cuenta de que cerebro y corazón son dos máquinas que actúan por separado. Mi cerebro decía que siendo amigos la cosa iba bien. Era suficiente y evitaría muchos sufrimientos. Por llevar la contraria, mi corazón daba tumbos cada vez que estaba con él, por no entrar en más detalles que ya me canso de escribir. Cosas del destino, (o no) la amistad precedió una oportunidad. Oportunidad en la que hoy sigo envuelta. Te diré algo más. Oportunidad de la que no quiero salir. Que me llena los días. Es bonito. Es dulce. Te cambia. Te hace mejor persona. Y descubres cosas que no sabías que existían. ¿Eso es posible? Lo es. Vaya que si lo es. Danzas y revoloteas por nuevos mundos. Tienes a alguien que se preocupa por ti. Que te cuida. Eso no puede ser un tesoro. Al fin y al cabo un tesoro es algo que se ve. Pero, por si aun no lo tenías claro, el amor no se ve. Es invisible y solo si lo sientes sabes que existe. Una cosa te voy a decir (ya para acabar con esta historia); el amor vale más que un millón de tesoros juntos. Creo yo que merece la pena.

Una afición. Por ir en contra del título, me permito el lujo de decir dos. Leer y escribir. Lo de escribir viene siendo algo evidente, si no, no te estaría metiendo este rollo. Leer es algo que me ha gustado siempre. Y no estas chapuzas modernas de leer en una pantalla. No. Sentir el peso del libro y ver como las hojas van cambiando de color según las pasas. Eso es leer. Y ahora me dirás; recomiéndame un libro. Pero… ¿uno solo? Hay millones. Venga, uno reciente; “La ladrona de libros”.  

Un color. Azul.

Un olor. Hierba recién cortada.

Un sonido. La brisa marina.

Una ciudad. Londres. (Te diría algo más exótico y lejano como Nueva York, Sydney o Tokio, pero mientras no las conozca no debería. A lo mejor me decepcionan.)

Una canción. Me salto las normas de nuevo. Tres. “Boulevard of broken dreams” (Green Day), “Welcome to my life” (Simple Plan) y “Living on a prayer” (Bon Jovi)

Un número. 14

El problema que lo cambió todo. Ahora seguramente te voy a decepcionar. Seguramente no. Con certeza. Pero hay cosas que no conviene tocar. No te voy a contar el problema. Ni tampoco la solución. Ni quién lo causó. Ni cómo. Tampoco cuando. Sólo te puedo decir que el tiempo todo lo cura. Quizás algún día el problema se desvanezca con la misma facilidad que lo hace el verano. Pero solo quizás. Y que conste que ese quizás va cargado de esperanza.

Una despedida. Hasta pronto. Y date por satisfecho, que esto significa que volveré. No sé cuando, pero lo haré. Y una promesa, es una promesa.


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